Y aquí vamos de nuevo con un listado de trasfondos que pueden usarse como PNJs o como punto de partida para crear PJs. Hoy vamos a salir un poco del tema fantástico (aunque en realidad no cuesta mucho pasar un trasfondo de un ambiente a otro).
12. Ysh’Kadir.
Cada ciclo, Ysh se levantaba y se plantaba frente al espejo, para ver como el ser más odiado de toda su raza le devolvía la mirada. Kadir el traidor, el genocida, el que vendió a su pueblo por unas monedas. En realidad lo hizo por algo más, el Imperio le prometió que él y toda su familia (los 16) vivirían seguros y cómodamente en una colonia imperial, les proporcionarían vivienda y un trabajo cómodo.
Pero el destino a veces es dado al humor negro, su familia había enfermado de Nauleciosis mucho antes de que el Imperio llegara a su planeta. Uno a uno fueron muriendo, todos menos él (la última broma de los hados), antes siquiera de llegar al planeta colonia, que a la postre resultó ser un planeta minero y el trabajo cómodo consistía en empujar un carro cargado de mineral durante 12 horas por ciclo.
Ysh’Kadir nunca pensó en nada más que resignarse a su destino (su raza siempre fue famosa por su cobardía y poco aplomo, y el sin duda era un modelo de comportamiento Jerull). Y así hubiera seguido durante el resto de sus días de no ser por un ¿afortunado? incidente. Un oficial imperial se dejó una tarjeta de seguridad olvidada, no era de alto nivel, pero le serviría para colarse en algunas salas y quizás conseguir algunas provisiones extra. Semanas después, durante una de sus recientes incursiones a las salas de descanso de los oficiales imperiales, se vio obligado a esconderse en un armario al ser sorprendido por dos tenientes que entraban en ese momento. Lo que escuchó a continuación trastocó su mundo.
– ¿Cómo va la extracción del sector 6? – Retrasada, hemos tenido unos problemas con el procesado, la pureza no es suficiente para la producción de rinocleo –
Rinocleo, como olvidar ese término, era uno de los componentes básicos del nanovirus que provocaba la Nauleciosis. El imperio afirmó en su momento que se trataba de un arma biológica de una civilización desaparecida hace milenios, bombas perdidas en el espacio que se desplazaban como heraldos de la muerte de una macabra lotería. Pero ahora, una sospecha inundó la mente del jerull, una sospecha que no tardó en despejar. La agenda electrónica del oficial (que un día dejó olvidada sobre la mesa), reveló la terrible verdad. El propio Imperio era el responsable de la Nauleciosis, ellos habían diseñado el virus como arma biológica de destrucción de mundos.
Kadir decidió que haría pagar al Imperio por la muerte de su familia y por la traición que le habían obligado a cometer. Conocía el movimiento clandestino que se ocultaba en los niveles más profundos, los temidos y sanguinarios terroristas rebeldes. Bueno, si de verdad eran sanguinarios y crueles con el Imperio, era sin duda el lugar donde quería estar.
13. Kee Thuan.
La vida pasada de Kee no tenía mucho de original o extraordinario. Criado en una familia numerosa y pobre de los suburbios de Kuala Lumpur, salió pronto de allí con dos de sus hermanos mayores hacia el puerto libre de Singapur, donde según decían, había buenos trabajos para todo el mundo. Una vez allí empezó trabajando en el puerto y en pequeños pesqueros. Fuerte y ágil, los patrones pagaban bien por sus servicios. Con el tiempo acabó contratado como marinero en un carguero de capitán británico y bandera de Singapur dedicado al contrabando por el Índico.
La vida transcurría sin demasiado sobresaltos, el capitán era un hombre precavido y poco amante de los riesgos innecesarios, pagaba las cuotas de los puertos a los señores del crimen del lugar y salvo algún junto pirata de poca monta (que pronto descubría lo poco inteligente de atacar a un barco armado con una Gatling), la tripulación del Queen Rose tenía pocas sorpresas. Todo eso cambió el 14 de Enero de 1926, el barco navegaba por el Mar del Este, volviendo a Shanghái desde Okinawa. El viaje había sido extraño desde su comienzo, el Queen Rose viajó casi vacío hacia un islote de mala muerte cerca de Okinawa donde un grupo de europeos (alemanes o quizás holandeses) descargaron unas pequeñas cajas que guardaba el capitán en su camarote y que trataban con extremo cuidado. El capitán recibió el pago y dio la vuelta al barco.
El infierno llegó poco después. Lo primero que vio Kee fue una luz, cegadora, a 40 o quizás 50 millas al norte de donde se encontraba el barco, y después un grito. Grave y profundo, tanto que más que oírlo podía sentirlo a través de las vibraciones que sufría el buque, el grito dejo paralizado a Kee. Incapaz de moverse vio como uno de los cabos del bote salvavidas se soltaba, lanzándolo sobre el congelado marinero. Fortuna o destino, el bote solo le rozó, lanzándolo a la bodega del barco al borde de la inconsciencia. Su mundo se apagó mientras entre las nieblas de la consciencia podía ver una tormenta negra como la noche que aparecía de la nada sobre el buque, nubes negras… y retorcidas, como gigantescos… tentáculos… bajaran… los cielos…
Despertó en la cama de un hospital en Qingdao, con una fractura de cráneo y unos policías chinos interrogándole sobre unos terribles asesinatos y un capitán británico que había sido degollado en su barco. La inconsciencia le abrazó de nuevo y despertó días después. Esta vez, un anciano oriental hablaba con los policías que a regañadientes salieron de la habitación para dejarle a solas con él. El anciano empezó a hablarle en malayo, presentándose como Mu Hsien y preguntándole que podía contarle del incidente en el barco. Kee le dijo lo poco que recordaba, la luz en el mar, el ruido y la tormenta que zarandeó al barco, como el bote caía sobre él y lo lanzaba a la bodega inconsciente. Después descubrió el motivo de la agitación de los policías, el Rose Queen había llegado a la deriva 5 días después del incidente, con signos de haber pasado por un huracán, pero lo peor estaba en el interior, los cuerpos del capitán y la tripulación estaban mutilados y desfigurados, cortes de arma blanca, arañazos y mordiscos, caras retorcidas de terror en un rictus que había puesto a prueba a los nervios del inspector del puerto. El capitán tenía los ojos arrancados en sus manos y la garganta abierta, como una macabra sonrisa bajo el gesto de horror del rostro sin ojos.
Como fuera, el anciano Hsien sacó a Kee del hospital y lo llevó a su casa en Shanghái, donde durante un tiempo le siguió interrogando sobre el viaje del Queen Rose en compañía de un profesor inglés y un doctor americano. Kee se hubiera marchado mucho antes, pero el americano, le pagaba un buen dinero por su tiempo. Tres semanas después, Kee había sido contratado como marinero/intérprete/capataz de una expedición que el profesor inglés quería organizar a unas islas al sur de java.
14. Karl ‘Hardman’ Schwarz.
Era el momento de Karl, las dos horas que la sangre y el sudor habían regado el campo, conducían a este momento. Inclinado hacia delante, el peso del metal sobre sus hombros y la cabeza, la mirada fija en el enorme Orco que tenía delante, que rugía de placer anticipando el momento del choque. Ludge a su derecha se adelanta, ve la tierra saltar muy despacio, perezosa, los ojos rojos del piel verde no se partan de los suyos. La tensión de sus músculos se libera en una explosión de adrenalina, lanzado su cuerpo adelante como la flecha de una ballesta. El Orco pesa cien libras más que él, pero sus movimientos son torpes y lentos, Ludge ya se ha colocado junto al monstruo y golpea su pierna con dureza, apenas se mueve, pero Karl nota el desequilibrio. Gira su cuerpo en el último momento y golpea la horrible cara de su contrincante con la rodilla, escucha un crujido satisfactorio y nota como el enorme cuerpo cae a un lado… y todo recupera de nuevo su tempo, el rugido del público llena sus oídos y le da nuevas fuerzas mientras corre hacia la línea de fondo. No necesita mirar atrás, oye el grito de Christian y cuenta mentalmente mientras corre las últimas yardas… cuatro imperial, tres imperial, dos imperial, uno imperial… Karl se da la vuelta, ve el balón dirigirse hacia él en un lanzamiento perfecto, lo atrapa y salta sobre la línea de anotación. Punto para las Saetas de Middelheim y un paso más hacia el torneo Spike.
Los equipos se dirigen a sus banquillos, el Orco al que Karl ha roto la boca le mira con odio y esboza una sonrisa mientras le augura una muerte dolorosa con un gesto. Ya veremos, de momento el partido está ganado, solo queda tiempo para un último choque y parece poco probable que los torpes pieles verdes puedan hacer algo más que romper algún hueso para desquitarse por su derrota. Pisa tres veces el suelo del banquillo, una vieja costumbre para darle suerte y tranquilizar sus nervios.
Esa noche, los chicos celebrarán la victoria (los que puedan) y beberán y follarán como si el mundo fuera a acabarse esa misma noche. Y así era para él, pues su mundo empezaba cuando el árbitro lanzaba la moneda al aire y moría con el silbato final.
15. Jefferson Leinfield ‘Manco’.
Hay gente que tiene un don, para tratar con otras personas, para curar, para luchar, el don de Jeff son las cartas. Con una baraja en su mano derecha, Jeff se siente completo de nuevo. Con diez años un accidente con una diligencia desbocada puso su vida en peligro, el doctor salvó su vida, pero no pudo hacer nada con su brazo izquierdo. Incapaz de trabajar como Dios manda en la granja de sus padres, Jeff pasaba la mayor parte del tiempo en el salón, donde tomó contacto con el mundo del juego. Desarrolló una habilidad muy temprana para ver las trampas que algunos jugadores hacían, tahúres profesionales que viajaban de una ciudad a otra desplumando a los granjeros y vaqueros de la zona. Habilidad que al señor Thomas, dueño del salón, no le pasó desapercibida, rápidamente empezó a trabajar de croupier para el salón y los timadores profesionales pronto aprendieron a evitar el pueblo de Farsonville.
Todo fue bien por un tiempo, Jeff tenía un buen trabajo y cobraba todos los meses. Pero poco a poco el pequeño pueblo de Farsonville se hizo demasiado pequeño para él. Siempre las mismas gentes, siempre las mismas bromas, siempre… Y llego la fiebre, oleadas de viajeros pasaban por el pueblo en dirección a California, donde decían que el oro se podía coger del suelo. Cientos y cientos de aventureros, buscadores, gentes de todo tipo, de todo el mundo se dirigían a la caza de su dorado futuro.
Jeff no necesitaba nada más, recogió sus cosas, los ahorros que guardaba (no había mucho donde gastar en Farsonville), un par de barajas marcadas que había requisado a unos tahúres hace años y se subió a la diligencia que lo llevaría a su futuro. ¿Que el oro estaba en el suelo?, bien, el dejaría que otros lo recogieran y se lo llevaran directamente a la mesa de póker.
Bueno, esto es todo por esta semana. Nos vemos en la próxima entrada.